La verdad es que cuando uno está al lado de Fermín se queda impresionado de su tamaño, ya que es un toro que pesa más de 1000 kg, pero no solo impresiona su físico, sino lo que nos transmite: serenidad. Podríamos estar a su lado horas y horas, contagiándonos de su tranquilidad y bondad.
Fermín llegó a Fundación Santuario Gaia hace casi 5 años junto con otras 9 vacas y toros. Provienen de una explotación donde estaban en unas condiciones lamentables, algunas atadas por los cuernos al suelo sin poder moverse y, en el caso de Fermín y Eduardo, dentro de una cuadra donde les llegaba el estiércol hasta la barriga, provocándoles quemaduras en la piel.
Fermín tenía pocos meses cuando llegó y al principio desconfiaba mucho de nosotros, pero poco a poco ha ido perdiendo el miedo y ahora se fía completamente de los humanos que vivimos con él. Por desgracia no ha sucedido lo mismo con algunas de sus compañeras, que no han acabado de confiar totalmente. Lógico, después del infierno que los hombres les han hecho pasar.