Ella es una yegua de más de 33 años, que toda su vida estuvo explotada como animal de carga. Cuando ya no servía, la enviaban al matadero, pero por suerte su destino cambió y llegó a Fundación Santuario Gaia. Desde el principio fue muy miedosa con los humanos, siendo muy difícil acercarnos a ella. Poco a poco fue cambiando su carácter y, ahora con la vejez, busca nuestro cariño.
Cada día tenemos que acompañarla a los prados para vigilar que no tropiece. Casi no ve, tiene la cadera mal y cojea, pero eso no impide que todos los días haga la misma rutina que ha hecho durante años. Cuando ya ha salido el sol y la temperatura no es tan fría, sale de su box y va con nosotros hasta los prados, donde se pasa el día tranquilamente. Cuando comienza a oscurecer es la primera que está en la puerta esperando para entrar en su dormitorio y recibir la cena.
Para nosotros es la viva imagen de la ternura
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