“Me emociono recordando como jugaba de niño con los cerdos en las granjas de mi familia, totalmente ajeno a la dura realidad de aquellos animales, que meses más tarde irían al matadero para ser transformados en comida. Siempre quería tocarlos y me encantaba entrar en sus pequeñas cuadras para que se acercaran a mí.
Muchos años después, cuando llegué por primera vez a Santuario Gaia como voluntario y conocí a Patricia, me di cuenta de que había jugado con centenares de individuos como ella en mi vida, pero nunca había mirado a los ojos a ninguno.
Hoy Jacob, Patricia, el resto de animales del santuario y yo, podemos jugar felices mirándonos a los ojos. Nuestras miradas tienen la paz de quién se sabe libre.
Gracias Jacob por compartir tu mirada conmigo.”
Por un mundo vegano