Liam llegó en muy mal estado al Santuario y muy débil, con uno de sus pies amputados, pero ahora que ya está recuperado, con más fuerza y más grande, tiene ganas de jugar y de descubrir el mundo que le rodea. Como cualquier niño, no para corriendo y observándolo todo, pero eso hace que acabe rendido, y en cuanto entra en la casa, pide su biberón y se duerme profundamente.